Ayer volvieron a sonar campanadas a la muerte.
Borrachera asegurada con un poco de licor de avellana y chocolate blanco.
Tiempo extraño, evocador de sentimientos lejanos que pierden su referencia en el hemisferio izquierdo cerebral.
Desde las altas cumbres los matices adquieren otra dimensión, no hay duda.
Hoy parece mentira que existiera alguna vez más allá de un recurso de la mente. Y el dolor, sin perjucios de obligación, diseminado en un velo de enajenación atemporal, parece menos dolor.
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