Ligera y frágil, la plumita rosa volaba y volaba mecida por la brisa de la dulzura, se dejaba llevar en un mar de sueños quebradizos. Ajena a todo lo demás, solía sumergirse en las aguas del ensimismamiento buscando una canción digna y feliz.
No la vio llegar, o no quiso; y la cálida brisa de dulce baile se transformó de repente en abrasador tornado de destrucción que rió y rió y no paró de reír en un gruñido de satisfacción por haber desplumado la plumita.
Ahora, a la pequeña plumita rosa sólo le queda el cálamo estampado en alguna roca y su plumón esparcido por el océano. Quien sabe si el dulce tacto de sus restos logre apaciguar algún día la furia desgarradora de la realidad, para poder así recoger sus pedazitos en un suave baile y volver a ser plumita que mece y cobija el mar de los sueños.
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