sábado, 12 de junio de 2010

cuento sin final

La tarde entraba distraída, como lo había estado haciendo toda la semana. Miles de transeúntes se amontonaban en las calles, nerviosos, como huyendo los unos de los otros.

El cambio de temperatura, al que no acababa de acostumbrarse, agarrotaba sus articulaciones hasta el dolor. El desánimo y desesperación la mantenían enajenada del tiempo mundano.

La visita al despacho no había resultado demasiado fructífera y salió de allí más desconcertada aún. Fuera todo hacía presagiar la tormenta cercana: el viento racheado a intervalos oscilantes, el color blanquecino del ambiente, el olor a tierra mojada y a ... ese olor... ¿qué era lo que despertaba en ella instintos tan ancestrales?; giró la cabeza y allí estaba, a lo lejos, se acercaba calle abajo con paso seguro y armonioso, toda su esencia rociaba su físico como iluminándolo y hacíendolo resaltar por encima de lo real. Por un instante todo quedó paralizado, la calle desierta sin más presencia que la de ellos dos, sin el más mínimo sonido que no fuera el de su corazón, (bum bum, bum bum) latiendo cada vez más fuerte y acelerado ante el inexorable encuentro (bum bum bum, bum bum bum ...

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