Su rostro, amarillo pálido, era un camuflaje perfecto para mimetizarse con el entorno.
La sala de espera, amarilla pálida, era el lugar perfecto para reflexionar (menuda faena); y surgió el diálogo:
-¿cómo te sientes?
-pues...en puntos suspensivos, como siempre
-ya será para menos, seguro que estás pasando a la acción de una forma lenta pero segura
-no, la verdad es que no; simplemente trato de llenar el tiempo muerto que supone mi existencia.
-eso no puede ser, tienes que ser más positivo; quizás aún no has encontrado tu camino.
-sí, claro. pero el problema es que mientras tanto el tiempo pasa, y yo sigo parado en el cruce, sin decidir qué dirección tomar.
-ya, te entiendo, aveces la vida resulta demasiado complicada; quizás te ayudaría tener una estrategia, un plan de acción, algo a lo que recurrir cuando se te planteen dudas.
-intento analizar las cosas empleando la lógica; sin embargo, no sirve de mucho. Cuando tímidamente comienzo a moverme en una dirección, el desánimo me puede y rápidamente vuelvo a mi posición de cruce.
-pero ... ¿por qué?, ¿acaso tienes miedo?
-puede ser, no confío en mi, pero... ¿cómo superarlo?
-dándole a las cosas la importancia que tienen, ni más, ni menos. Eso para empezar; y luego, alomejor te ayuda dejar de pensar en ti como en una víctima desvalida o una inútil egoísta. Tienes que ver más allá, sentirte parte indispensable del entramado que compone el universo.
El camino, la confianza, el valor, el universo...Lo cierto es que a Calcetín Sudado todo este diálogo le sonó vacío, palabras huecas; en otro tiempo, cuando todavía sus delicados hilos lucían colores brillantes, quizá habría creído en todo eso, hubiera confiado en que era posible el cambio, hasta hubiera podido sentir la magia de la unión. Ahora, en cambio, la evidencia de la derrota era cada vez más evidente e iba cogiendo más y más fuerza; hay descosidos imposibles de reparar.
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