Cuando llega el fin de semana, le gusta pasarse por Lavapies; a última hora, por el Candela, ese garito andaluz donde van todos los vampiros, desesperados y sedientos de lujuria y perversión.
Él estaba allí. de pie, solo, inmóvil, con los brazos cruzados y las piernas abiertas, vigilante, observador, atento, controlador... de hecho, al principio, yo pensaba que era una especie de vigilante de seguridad contratado por el dueño del bar. Pero estaba confundida, su papel era el de ave rapáz que otea el horizonte en busca de su última presa de la jornada.
Yo, de alguna manera, notaba que estaba pendiente de mí. Sentía sus garras en la nuca, aun estando a varios metros de distancia y separados por una barricada, prácticamente infranqueable, de despojos humanos poseídos por por el deseo y el alcohol, bailando y rozándose unos con otros en busca de pasión y amor. La temperatura subía más y más, y todas las criaturas de Satán se iban liberando gradualmente de su yugo de represión e inseguridad; desnudándose de sus verguenzas y quitándose sus caretas de autómatas disciplinados para entrar en otra dimensión, en el mundo del roze y el tocamiento inevitable.
Las mujeres, reinas del mundo de Satán, se volvían seductoras y provocadoras; dueñas y señoras del deseo, llevaban a cabo el duro trabajo de selección del compañero de juegos morbosos de la noche.
Ellos, incontrolables, nerviosos, ansiosos... se lanzaban, en un último intento, a por la primera mujer que les miraba; desesperados, desnudos del todo, sin importarles ya que se notara su excitación, embriaguez y patetismo a la hora de ligar.
En este punto de la noche, un americano se me acercó y comenzó a preguntarme cosas absurdas para romper el hielo. Pero Sésé, que no perdía el control de la situación, al aparecer un contrincante en el juego, decidió pasar a la acción e iniciar la lucha por el papel de macho dominante; había que marcar el territorio, y sabía que el americano amable y con modales de señorito no era rival para él.
Su estrategia era segura y maquinal. Lo primero era estudiar al enemigo y, con un rápido vistazo, ya poseía el conocimiento necesario acerca de sus debilidades. A partir de aquí, el juego estaba ganado sin esfuerzos.
Se acercó, desplazó al blanquito con una simple mirada y comenzó la exhibición de su fuerza y cualidades masculinas ante la hembra escogida.
Sabía que la conquista de la mujer iba a suponer un gran trabajo, esfuerzo y dedicación ( ella no era fácil de dominar como el macho contrincante expulsado del territorio), pero este desafío a su poder le gustaba y hacía que se sintiera aún más atraído.
(continuará)
1 comentario:
Sigue la saga,invéntatelá.
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