Calcetín sudado se fue a cortar cañas.
Por el camino se puso a filtrear con las coquetas flores que iba encontrando, pero las ortigas, celosas, no dejaban de desgarrarlo con fervor.
Las cañas tenían como diez años: majestuosas, imponentes, de una belleza capaz de asesinar ... pronto pasarán a ser olvidadas; como la casa encantada que las observa, con anhelo de otros tiempos, a unos pocos metros; como olvidada será también la gran familia de cernícalos, huéspedes privilegiados en la casa sola.
Ya de vuelta, absorto en sus reflexiones cañeras, Calcetín se metió en un gran charco de abono putrefacto y cuando consiguió salir de toda esa mierda, casi se lo comen los gusanos carroñeros que habían quedado adheridos a su malherida fibra.
Otro día de mierda, menos mal que en casita le esperaba la ducha. Sí, la ducha. Cansado de sí mismo, Calcetín sudado había decidido dejar de ser un calcetín sudado, le gustaba el brillo, la suavidad y el olor a jazmín que desprendían sus elegantes primos de plantilla mentolada. Pero al abrir el grifo... ¡otra vez sin agua!
La autovía se llevará las cañas, la casa sola, los cernícalos y hasta el abono; y Calcetín sudado siempre será eso, un calcetín sudado.